Un fluorescente, con su luz celeste-plateada eliminaba toda la calidez posible en el camarín. Contra la pared había una silla, una mesa con tres manzanas, el diario del día y un pequeño radiorreceptor con su auricular. El mentalista, solo y en el más absoluto silencio. Caminaba de un lado a otro de la habitación. Descalzo y perfectamente afeitado se detenía de a ratos. Se miraba con lástima a través del espejo. Sentía cada moretón, el sabor a hierro en la boca y la sangre seca uniendo su piel y la camisa. Había sido atacado, pocos minutos antes, por una duda y tenía la profunda certeza que ya nada iba a ser igual.
Alguien golpeó la puerta. El mentalista se detuvo y dejó pasar algunos minutos más. Finalmente se decidió a abrir. Alguien había dejado en una caja alcohol,algodones y algunas vendas.
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