Las certezas de Ovidio Bedoya

Ovidio tiene tres certezas que son como un cielo sin nubes, como las luces de la navidad, como un dardo exactamente en el centro colorado del universo, como la sal, como la vela que se infla con el viento y la espuma en el agua.
Un sábado a la noche Ovidio vuelve de la casa de unos amigos, en el camino saca el celular para ver si alguien le ha escrito en las últimas dos horas en que lo tenía en silencioso. No tiene ningún mensaje pero cuando levanta la cabeza frente a él hay seis u ocho pibitos que vienen en fila. Algunos de a pares. Los pibitos se la agitan y Ovidio que hoy no tiene muchas vueltas y quiere irse a dormir y que nadie lo joda intenta morfarsela pero no puede. El primero le pide el teléfono y Ovidio se niega. El segundo un poco más cerca y ambos un poco más hostiles. El tercero. El cuarto. Para los dos últimos ya Ovidio tiene la paciencia colmada y su negativa se transforma en un sólido "Rajá pendejo" que es aún más sólido en su mirada y los pibitos saben que listo, que aunque sean diez, no hay chance. Ovidio sigue por la vereda, los pibitos quedan atrás y él sabe que los cobardes no se la bancan solos, pero el hombre bueno que no teme a caminar solo por la oscuridad tiene su primer certeza. En un instante por ahí llega el baldozaso en la nuca y listo, se terminó. Pero no queda otra tampoco, si se da vuelta pierde y aunque sean pibitos lo revientan. No hay otra que seguir caminando con la certeza al hombro de que tal vez los pibitos que bardean a los gritos porque fueron fajados simbólicamente por este tipo que no se da vuelta ni camina más rápido, que sigue caminando como si nada, que entonces no se caga, pueden reventarle la cabeza de un baldozaso.
Otro día Ovidio se va a dormir y sueña. Y en el sueño sabe que las cosas son de una manera (aunque los sueños transgredan con una hermosa poesía las reglas de la realidad) como cuando uno sabe de la gravedad antes que nadie le mencione a Newton. Las verdades de los sueños son sólidas e incuestionables, sabemos que esa sombra que se acerca por el pasillo va a encontrar el modo de sortear cualquier obstáculo, que no es un amigo que viene de la cocina o que el gato dormido en la cima del globo aerostático de golpe va a despertar, con su uña como un bisturí cortará la tela y a partir de allí ojalá que tengamos suerte con los caníbales.
La tercera es la certeza más incuestionable de todas. Hace tres meses Ovidio se ha hecho un arreglo en una de las muelas de atrás. Un enorme agujero con tratamiento de conducto incluido y relleno de plomo. Sabe que en el plomo ha quedado una burbuja de aire por alguna razón y allí, una partícula de muela órbita y genera sus propios habitantes. Una oscura tierra en donde, bien lo sabe Ovidio, como en una olla a presión se está gestando la revuelta del campesinado.

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